viernes, 22 de octubre de 2010

Salud

¿Cómo no iba a andar borracho, si vivía con una guitarra en la mano?

Y entonces, borracho, si; pero con flores, ¿no?

Adios, hermano.

Adios y salud.

lunes, 23 de agosto de 2010

El orden de las palabras

Ante la positiva, contando con el aval del arte, y como cuando uno se presenta allanando el terreno y alegando la condición, "tengo amplio historial de radical", fue lo primero que hablé. Al momento de pronunciar las palabras que me sentenciaban, estrechaba su mano y clavaba mis ojos, blancos, en los suyos, helados, pero muertos de hambre.

"Tiene que ser in situ", dije tras haber escuchado el planteo, habiendo entendido el problema y estudiado, breve pero minuciosamente y para mis adentros, la única solución que vislumbré como posible.

Así que, sin perder más tiempo, hacia allí nos dirigimos, vigorosamente, cortando aire a velocidad de fuego; y no fue un viaje sencillo, créanme.

Es que ninguna montaña rusa que cabalgue así de rauda y anárquica es sencilla. Hay que ser muy valiente, pues es únicamente la forma de coraje que se aprende en el amor, y no otra, la que nutre con los esenciales y nos permite contar hoy, esta, la Historia.

Pero por encima de todas las cosas es imprescindible tener el cuerpo preparado. El físico apto, la musculatura ágil y fuerte.

Hay que Ser; uno que sea a prueba de balas, íntegro en el esqueleto y la complexión, de manera de, al arribo, lamer la menor cantidad de heridas posibles.

De cualquier manera, en lo que a lo emocional refiere, olvídenlo; no hay chances.

En el camino / avalancha, nuestros ojos / radares, desarrollaron nuevas órbitas, amplísimas, y no nos perdimos de vista ni por un segundo. Fue muy poco lo que hablamos y casi no nos auto referenciamos, incluso.

Sí, nos preguntamos un par de veces si estábamos bien, mutuamente, si seguíamos ahí, en momentos en que el silencio amenazaba separarnos. Una sola vez, incluso, nos dijimos que de ser estrictamente necesario recorrer este camino (como lo era, de hecho), seguro que la mejor forma de hacerlo era así, sabiendo de la relativa proximidad del otro.

A la llegada, luego de evaluar los daños y reírnos de los raspones, lo primero fue un pacto con el orden superior y con sus fuerzas. Ellos accedieron a nuestros reclamos y pedidos y, entonces, gracias a lo dispuesto, el viento seguirá soplando a nuestro favor.

Nosotros accedimos a seguir aquí, a no abandonar la empresa. A seguir ordenando una palabra antes que la siguiente, pero, siempre, siempre, luego de la anterior.

Considero que es, sin dudas, un compromiso feliz.


The apple of my eye.

martes, 17 de agosto de 2010

Aquello que nunca será

Las idas y vueltas de la vida son algo tan mágico, contundente e irrefutable que a uno lo sorprenden en suspiros simples, sencillos; de esos que casi, casi dan la sensación de poca cosa.

Pero que, sin embargo y bastante por el contrario, son el todo mismo.


Porque que hoy, luego de tantos ayer, galope aún inquieto persiguiéndome la cola cuando estuvo ya todo tan claro, tan bien, ¿qué puede ser sino una vuelta misma de la vida misma? Una que, aún siendo altamente calificable y adjetivable, prefiero dejarla ser.

Es bueno Saber el lugar de uno; conocerlo en la medida de lo posible, pero saberlo es casi imprescindible, y puede resultar una gran ventaja frente a quienes no saben el suyo propio. Sentirse a gusto en ese lugar, del cual uno, si bien algo o bastante, no tiene total alcance o designio, es mucho más que poca cosa.

Es parecido a un honor, como cuando uno se siente agradecido y feliz, como completo, de que le ocurra algo de alguna índole particular que, si, es consecuencia de su obrar, pero que no es, definitivamente, algo que haya decidido del todo. O al menos buscado explícitamente.

Y entonces, volviendo a hoy, a acá, a todo, y sobre todo a mañana, viene ese sabor a la boca, que no es ni por asomo desagradable, pero que tampoco es la gloria del beso húmedo y dulce, que constituye todo aquello que nunca va a poder ser; es el sabor de aquello que nunca será.

E, igual, y así y todo, las ganas nunca se van.

Es la forma que elegí, conciente a medias, apostando a ganador a mi persona, íntegra.

Veremos, los resultados, los veremos. Pero en la empresa dejo la vida y, lejos de maquillarla, celebro mi actitud, glorifico mi condición de interno. Tendré lo que merezca, y por cada cosa que no me toque alzaré mi vaso y escribiré una canción.

Tinta me sobra. Y aire, y corazón.

Explotaré algún día, y ya no estaré más; pero morir, nunca.

Jamás.

martes, 10 de agosto de 2010

Siempre

Hace mucho tiempo que nada me hace ese bien.

Este bien. El del ansia de compartir.

El de la tibieza, el de la balada, el del viento afinado en el perfecto menor de mi melancolía; siempre bien recibida en este, su envase, su casa.

A los costados del camino, que se va dibujando, como es su costumbre, al andar, me soplan los últimos suspiros de cientos de miles de crucificados que se esmeran en no dejar de sangrar, en no abandonar el suplicio que supone no morir. Temen despegarse de la vida, aún cuando ello signifique el último respiro de paz, absoluta y resoluta, para ella, su vida.

Y sin embargo, nada parece un ápice fuera de lugar. Cada uno está donde quiere estar; y, yo, estoy como quiero.

La dignidad es una fruta escurridiza, una que no se deja agarrar en su punto justo; es difícil entender su estación, y su sabor, aún en su punto más álgido, puede resultar amargo y complicado en la boca.

La dignidad es guacha, y está dolida.

El carácter, en cambio, se hace duro con la emoción. Forma el callo, se curte, se tensa, alcanza la cúspide, estira la fibra y da a luz a la caparazón.

A los sensibles de carácter nos llegan etapas que intuimos, pero que desconocemos y tememos y amamos; luchamos y nos entregamos en una danza que se nos hace cotidiana, y que es de carne y es de lágrimas.

Y los pies que pisan la tierra, que lo soporta todo, y que está húmeda porque está viva. Un paso es el acto mínimo, es movimiento, y es todo lo que haría falta para acercarse a todo sin dejar nada atrás.

Siempre hay espacio para más. Para cuando lo necesario no deja lugar a lo deseado; dicotómica infartante, siempre hay espacio para más.

Al final, de los desastres y de los otros, lo mejor que puede uno hacer es recolectar la experiencia, incorporarla, y, siempre, otra vez, volver a empezar.

O es, al menos, lo más sabio.

"I'm the oldest son of a crazy man, i'm in a cowboy band".