viernes, 15 de agosto de 2008

Que y que ahora qué, ¿qué?

Que si un accidente no son mas que dos distraídos, que se encuentran. Se saludan con un beso, uno cada uno, que “¿Qué tal?”, que “¿Cómo estás?”; que disculpe las molestias.

Y que, ¿qué más queda?, si accidentados han quedado, pues distraídos. Y, ¿qué más habría de quedar?

Que si un error no es más que otro que no encuentra pareja de rival. Que baila sólo y en solitario con el sigo mismo que nadie quiere hacerse cargo; y sin saber, jamás, si bien o si mal, si a cuál de los paraísos irá a parar. Si es que a alguno.

Que no es fácil, no, no lo es. Pero vamos, y venga, que tampoco es ese el calvario. A cuánto de detenerse un segundo, de tu lado y del mío, a considerar las circunstancias. Circunstancias. Por el bien del de los dos.

Y que si ni de mi ni de ti, ni quizás de los dos se trata, ¿de qué? ¿Dónde esperan los besos y las caricias hasta que, amigados con nosotros mismos, volvamos al calor?

Que qué horrible dejárlos tan solos, tan huérfanos de tu boca, tan peleados con mi piel.

Qué como diría mi vecina, que qué tanta cosa, que qué tanta vuelta. Que qué es eso de buscar hasta al hastío la quinta pata del gato; la quinta gata del pato.

¿Que que me extrañas? Que tanto como a ti yo. ¿Entonces qué?

Entonces, ahora, vení.

Eso.

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