martes, 10 de agosto de 2010

Siempre

Hace mucho tiempo que nada me hace ese bien.

Este bien. El del ansia de compartir.

El de la tibieza, el de la balada, el del viento afinado en el perfecto menor de mi melancolía; siempre bien recibida en este, su envase, su casa.

A los costados del camino, que se va dibujando, como es su costumbre, al andar, me soplan los últimos suspiros de cientos de miles de crucificados que se esmeran en no dejar de sangrar, en no abandonar el suplicio que supone no morir. Temen despegarse de la vida, aún cuando ello signifique el último respiro de paz, absoluta y resoluta, para ella, su vida.

Y sin embargo, nada parece un ápice fuera de lugar. Cada uno está donde quiere estar; y, yo, estoy como quiero.

La dignidad es una fruta escurridiza, una que no se deja agarrar en su punto justo; es difícil entender su estación, y su sabor, aún en su punto más álgido, puede resultar amargo y complicado en la boca.

La dignidad es guacha, y está dolida.

El carácter, en cambio, se hace duro con la emoción. Forma el callo, se curte, se tensa, alcanza la cúspide, estira la fibra y da a luz a la caparazón.

A los sensibles de carácter nos llegan etapas que intuimos, pero que desconocemos y tememos y amamos; luchamos y nos entregamos en una danza que se nos hace cotidiana, y que es de carne y es de lágrimas.

Y los pies que pisan la tierra, que lo soporta todo, y que está húmeda porque está viva. Un paso es el acto mínimo, es movimiento, y es todo lo que haría falta para acercarse a todo sin dejar nada atrás.

Siempre hay espacio para más. Para cuando lo necesario no deja lugar a lo deseado; dicotómica infartante, siempre hay espacio para más.

Al final, de los desastres y de los otros, lo mejor que puede uno hacer es recolectar la experiencia, incorporarla, y, siempre, otra vez, volver a empezar.

O es, al menos, lo más sabio.

"I'm the oldest son of a crazy man, i'm in a cowboy band".

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