martes, 29 de abril de 2008

Algún tango triste (de los que hacen daño al zurdo cordial)

Volver a volver a la lenta, eterna, dolida y dolorosa espera; sanguinaria. Volver a este lugar que ya casi no me incomoda, que me conozco de memoria, que se siente como en casa. Llego y el carcelero me saluda como me saludan cuando volvía a casa. En la ironía más dulce que puede tener el verdugo, me estrecha la mano apretándola con calor, casi con camaradería, y me dice que se me ha extrañado, que las cosas están todas en orden.

Con los ojos me susurra que descanse tranquilo, con una mueca de lástima honesta, que junte fuerzas, que ya me volverán a sacar la hostia. "Esta sala de espera sin esperanza".

Estando a un tiempo, en fecha, en regla con la estupidez de lo estipulado, y con su cobardía. El refugio del contrato, de la letra chica, la cláusula de privacidad, la falta de sangre, de venas, de carne; la matemática. La puta matemática. La ira. La desazón. Qué cierto aquello de que al amor lo cura lo sensato; el almanaque Asesino. Qué infantil mi ilusión.

¿Con qué cuchara se otorga el derecho, quién, de revolverme las entrañas, de enfriarme el corazón? La fibra más íntima se ha vuelto marchita, escupe el veneno que la ingenuidad le ha convidado; ella, ingenua, se ha entregado en cuerpo y alma. Es lo que ella hace. Por eso es fibra. Por eso es íntima.

Por eso es mía.

Herida y todo, ahí sigue. Flor. Perenne y hermosa, como lo eres tú.

Es siempre al final que la cosa se pone mucho más complicada, más difícil, que incluso cuando jodida se pone en el principio del fin, que en el instante que la térmica salta porque el calor es insoportable, inhumano, y se toma a la final la amarga vinagrera de encarar la retirada; la vuelta, la partida. El Génesis del Apocalipsis. 

Esta vez no ha sido la excepción. Aún la vida me coloca del lado de las excepciones cuando de gentilezas se trata. Seguiré esperando. Tengo todo el tiempo del mundo. Y muchas más ganas aún.

Es sin drama, de todas formas, que al rato que en la jaula de leones me siento con ellos a conversar, a convidarnos dolores pretéritos, cómodos, hoy, en cautiverio. Porque ni ellos, ni las hienas ni los peores demonios me van a comer. Porque a mi no me come nadie, a mi nadie me va a comer. Y porque ellos también, en última instancia, fueron enjaulados y viven prisioneros. Lejos de sí.

Me apena, si, la distancia que el encierro hace cada vez más evidente. Más roto, más herido. ¿Presagio de qué?

A los años me detengo a escuchar al viento silbar.

Siento que una parte de mi sangre viene de algún lugar frío y de amplísimas extensiones. De un lugar Sajón, de tierras regadas de sangre, coraje y dolor, de brotes de vida eterna, de sacrificios por hijos, mujeres, amantes. Vida. Gesta. Siento que en aquella lejana tierra noble ha brotado mi origen, realmente; y esa esencia no puedo perderla.

Siento en la piel la paz de la soledad en la inmensidad de este lugar tan gris y crudo, mi cuerpo es forraje que abriga maternalmente a un Corazón niño que ansía salir a cazar y a convertirse en hombre; mas el apuro no lo inquieta. Los ojos se alimentan, como esponjas, forjándose en los escudos que me protegerán de los ataques más bajos. Siento los pies absorber como raíces, las manos elevarse como troncos que tocan el cielo y enojan con cosquillas a las nubes pesadas; infieles.

Me voy un rato. A ver si me veo por ahí, por los médanos blancos.

"Me he vuelto viejo".

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