martes, 1 de abril de 2008

The frontiers are my prision

Llegando a sus límites, las ciudades, los pueblos, las aldeas se vuelven más tímidas. Se convierten en la parte en que se terminan, en que dejan de ser, en su final; en esas partes donde exhiben su desnudez y queda en evidencia su flaqueza.

En esos lugares el viento sopla más libre, irreverente realmente, atrevido; su soplido seco reina el reino del polvo del piso y del aire, el silencio silba profundo y temerario. El tiempo no manda, porque en el lugar donde nunca pasa nada el tiempo no es motivo ni de burla. Menuda licencia.

En esos lugares los hermanos se dan la espalda, se rechazan por costumbre y sin convicción. Es el odio por inercia; la indiferencia y su tristeza. El orden dicta que es hacia el ombligo hacia donde hay que mirar, que allí todo sucede.

Pero allí habita el final de lo peor, allí nace la infección, lo más bajo de lo bajo, la raza que contagia el odio envidioso, el recelo de los siglos. Está todo contaminado, el corazón huele a podrido, la ley es dictada por la velocidad de las falanges y vive en el regocijo de los regueros de la pólvora y la sangre.

A estos lugares se viene calzando botas de pieles curtidas, duras. La traición es rastrera y se camufla en la tierra, a uno lo ataca a zarpazos, sin piedad de ningún tipo, sin reparos, sin perdón.

Esta es mi prisión. La línea invisible en el suelo amplio, el campo de fuerza en el aire, las nubes veloces en el cielo eterno, el sentimiento del forastero, la duda en el rabillo del ojo que se pierde lejísimos, buscando aquello que siento en las tripas que no está bien. No huele bien, no se siente como en casa. 

Y este lobo, que no come lo que no caza.

A lo lejos, el humo de las chimeneas en el vientre seguro y bullicioso me recuerda del sentido de esta cuerda floja, de su motivo. Con la perspectiva sobria casi cualquier cosa, casi cualquier sentimiento, recuerdo, idea, añoranza o etcétera se sumerge y se pinta con los colores del tinte nostálgico que todo lo legitima.

El comienzo del Apocalipsis, el punta pie inicial del final, el dedo que aprieta el gatillo, el instante del contacto del plomo con la piel, milimétrico; todo, absolutamente todo puede, desde ella, existir lejísimos de la tolerante dicotomía. Caótico y feliz.

A este lugar no viene nadie. Aquí no se acercan ni la compasión de cien mil ángeles, ni la conveniencia de las hienas. A este lugar uno viene sólo.

Y se va con uno.

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