sábado, 24 de noviembre de 2007

Novelas de cowboys

En lo personal es cuando me cruzo con un espejo, no cualquier otra superficie reflectiva, cuando estoy sólo, desnudo y mojado, que adquiero conciencia de mi. Me refiero a conciencia real, de que soy una persona, hijo de alguien, hermano de otro, amigo de algunos; uno que hace una historia, que un día se va a terminar. Alguien.

Cada uno debe ver cosas diferentes cuando se mira en un espejo, cuando se encuentra consigo mismo. Yo, en ese momento no necesariamente veo una esencia, una cosa. Sólo me quedo ahí, parado, mirando. Mirándome, sin entender nada, ni siquiera si debería haber de hecho algo que entender.

Se me cruzan por los ojos muchas preguntas. Me avasallan. Me pasan por arriba como una estampida de bestias salvajes. Por instantes no respiro. Dudo. De todo. De la imagen que veo en el espejo. Muchas veces se me hace insoportable y en seguida vuelvo a ser mis manos, que es generalmente lo que veo cuando no me veo en el espejo. Cuando soy mis manos es otra cosa, más liviano. Pero mis manos no son yo.

Toda mi vida la viví con un miedo terrible, uno que incluso la ha condicionado y forjado, un miedo que nunca pude superar, aunque tampoco lo he intentado demasiado: el miedo al fracaso. A no poder, a no ser lo suficientemente lo que sea como la circunstancia, sea cual sea, lo exige. Toda la vida pensé que sería mejor ser un buen segundo que un primero mediocre. Pero la idea de ser un buen primero es otra que también me atormenta. Y se lleva muy mal con mi miedo al fracaso.

Es algo que nunca enfrenté y que ha crecido dentro de mi como un moho inmundo, como un parásito. He desarrollado una corteza emocional, auxiliado de diversos venenos, cierto, que ha hecho que postergue el momento en que me enfrente en un riguroso duelo conmigo mismo, y entre tanto todo parezca, a mi y a los míos, normal. La combinación, el fantasma, me ha convertido en mosca de bar, asiduo pasajero en el tren al infierno.

Hay pocas cosas que considero fundamentales. Una de ellas es el tiempo. Las horas de cada día, los días en si, los minutos en los que no pasa nada, los de una llamada telefónica a miles de kilómetros de distancia, lo que dura una canción, esa canción, un beso, 35 días, una año, una vida, lo que demora la tierra en girar una vuelta entera y no sacudirnos a todos a la mierda. El tiempo y el olor de la lluvia contra el piso caliente son dos cosas que considero fundamentales.

Al tiempo no le he estado rindiendo justicia.

Nunca nadie va a ser juez de eso sino yo. No es eso lo que me preocupa. Tampoco me importa cómo lo hagan los demás, lo que les pase a ellos. Pero es algo que se que es posible que pase, que me pase; lo se porque lo veo en los ojos de algunas personas. Hay algunas personas que por suerte son parte de mi vida, y que están cerca, que yo les miro los ojos y se que no tienen ese miedo que tengo yo. Una en particular. Dos.

Me gustan las historias sencillas, pero tiendo a complicarlas. Es ese miedo a lo que exige lo sencillo; tiene que ver con el compromiso del Amor. Verse desnudo frente al espejo y encontrarse. Entender el sacrificio que es la esencia de la sencillez, de su pureza, de su paz y luz blanca. Su belleza.

Le tengo un miedo terrible a esa paz.

"To live outside the law you must be honest, i know you always say that you agree". Thank you Bob.

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