viernes, 30 de noviembre de 2007

Wrestling with butterflies

De las cosas que me centran más, de las que conozco que existen, una de ellas es sentarme, sólo, a ver el agua, a mirarla. No son muchas esas cosas, pero una de ellas, quizás la más importante o efectiva, la que más me rinde, es esa: sentarme en una piedra, en el pasto o en la arena, en concreto, y perderme en la junta del cielo con el agua.

Boxes.

Perderme en su ritmo. En su inmensidad; me entrego, y ella, siempre, me acoge con delicadeza maternal, amor incondicional, Sacrificio, Real.

En los tiempos en que he estado peor, más mal que horrible, lleno de dudas, de demonios, de ácido en el axis, ir a ver el agua es algo que siempre me ayudó. Al menos a seguir. A continuar. A no rendirme.

El agua tiene algo que no encuentro en ningún otro lugar. Es absoluta, el agua como mar, como océano, como río ancho, de la Plata; el agua es paciencia, adaptación. Y constancia, que susurra directo a mis ojos y acaricia mis oídos con melodías de años; sapiencia. Lullaby.

La encuentro llena de respuestas. Incluso cuando no existe una, ella es la que me dice que no, y yo la entiendo. Me ha curado todos los males imaginables, ha hecho y deshecho una y otra vez los remiendos más minuciosos de mi agrietado músculo fundamental. Es contención.

Cada vez que la voy a ver está hermosa, más que nunca, producción masiva de suspiros, no hay una vez que me reciba con desgano; profetiza humilde del decálogo de la pasión.

Acá no hay agua, agua así como esa. La que hay viene prisionera del plástico, helada por la canilla, intomable o se postra blanca inmaculada en los picos de los volcanes a miles de metros sobre su propio nivel de altura, donde ni las nubes se atreven a llegar. Físicamente, la extraño cada día.

Pero ahí estoy, en algún lugar adentro mío, uno muy importante bien adentro, estoy sentado frente al agua, mirándola. En ella, como en las canciones, pueden encontrarme. 

Es donde estoy.

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