martes, 11 de marzo de 2008

Shh...

Agazapada espera la bestia. Cuando hambrienta intensa en la tensión fértil de la caza, cuando herida disminuida con el miedo en la piel, en la vena, en el rincón donde se administra el sudor. Contraída, protegiéndose, cuidándose, por una vez. El rabillo del ojo se vuelve protagonista; mariscal en el campo de la batalla definitiva.

Así como la bestia es que me encuentran los días también a mi, agazapado, así; con la emoción pendular, esperando el momento justo, el preciso y adecuado. El que tiene que ser. 

Me aferro a la molleja fundamental con la devoción y la confianza que el niño a la mano de su madre; no la dejaré morir, no la dejaré atrofiarse. No puedo dejar que desaparezca en cuanto pretenda mantener la Esencia. No cerraré el portón de este patio al que salgo y juego como el niño que nunca abandonaré.

Cuando llegue ese momento, como una revelación, lo sabré; me daré cuenta, y se que lo se sólo porque quité los tapones de los oídos de mi corazón.

Abierto, él respira, relincha y galopa bravo hacia la gema. Cuando a ella haya llegado, cuando la alcance la contendrá, la cuidará celosamente; será aquella la que lo ale, la que lo eleve en su esencia de ser vivo a ser absoluto. De alucinante a fundamental. Ella, su detalle fundamental, lo convertirá en enorme. En Mejor.

Es cierto, si, estoy esperando. Espero. Quizás hasta haya decidido cuidarme, resguardarme a la sombra, guardarme un poco y darme al oficio del espectador; del que observa, mas no del que flota en expectativas ajenas. 

La ansiedad de la inmediatez es una cicatriz, una herida, nada más. Una página amarilla en el diario evidente de mi pasado. Pero no, no me he ido. 

No aun.

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