miércoles, 23 de enero de 2008

De mi, para ti

Hoy Tequila hubiera cumplido 15 años. Hoy 23 de enero, hubiera cumplido 15. Siempre me gustó mucho que mi perro cumpliera años en la mejor parte del verano. Igual que siempre me gustaron mucho el resto de sus cosas.

Vivió conmigo 13 años, en casa, conmigo y todos los que allí están y por allí pasaron. Murió un domingo de sol de invierno, el domingo 13 de agosto más triste e injusto de la historia de los domingos y de los días en general. Era de mañana y en los ojos Tequila tenía el miedo y el cansancio; si hubiera podido pedir una sola cosa en el universo yo se (lo se) que hubiera pedido poder hablar y decirme con el hocico, como me decía con los ojos, "tengo miedo, ¿qué me pasa? Ayudame".

Fue todo muy rápido. "Vamos a dormir Tequi, vamos a dormir", con mi mano en su cara y las lágrimas en la mía, fue lo último que escuchó de mi boca mientras la droga le apagaba la vida de la cola que nunca antes había dejado quieta.

Es que cuando Tequila se despertaba, por ejemplo, movía la cola antes de abrir los ojos, era una fábrica de alegría ese perro. Lamento tener que extrañarlo tanto para poder darme cuenta de eso, pero no es algo que me torture. Cuando algo se va, cuando algo así de importante se termina, supongo será legítimo eso de sentir que no alcanzó, la sensación de que no fue suficiente; ni el tiempo, ni el cariño, ni los momentos. Ni nada. Ni la vida.

Ese domingo, después de cancelar el ensayo, me pasé con "Long as can see the light" en la cabeza, con el saxofón como una cuchara herrumbrada en una especie de rasqueteo emocional vaciando un frasco tonto que por paredes tenía los límites de mi cuerpo. De a poco me hacía ir quemando la idea de no ver más al perro en casa, me agotó y dormí tristísimo toda la noche.

El lunes no existió hasta las 7 de la tarde en que, en una de las zancadillas emocionales más grandes que me hice en mi vida, cuando abrí la puerta de casa al volver de trabajar, esperaba (juro que lo esperaba), menos que más consciente, escuchar las uñas del perro contra la baldosa, la boca abierta con la lengua feliz, la cola a mil por hora; y no escuché nada. El perro no vino a recibirme y la cocina estaba llena de su ausencia.

El jueves llegó la ira. Me enojé conmigo, con todo y con todos; hasta con la música. Y escribí esto:

"Hoy empieza el momento de la ira. El calor del sol, el lubricante en el cerebro, vodka, la tarde aburrida del invierno, irritada, exige primavera; se dibuja el momento perfecto como tantas veces se me ha dibujado ya. Pero esta vez es diferente. El dolor me vuelve a tomar por sorpresa y hoy es el primer día que se manifiesta con forma de ira. El dolor se manifiesta con forma de ausencia.

Caigo en el precipicio de la duda proyectada hacia la ingenuidad, hacia la impotencia del pasado, del "qué hubiera sido si...", y el perro se hubiera muerto igual. Tequila se hubiera ido igual. Qué importa nada; maldito el instante de la asunción del compromiso emocional con la vida, con lo perecedero.

Me enoja sentir enojo. Me enoja la evidente infantilidad de esta sensación; y su legitimidad. Me enojan los siglos de psicoanálisis, la racionalización del dolor, de la alegría, del miedo, de la ausencia, la futilidad de la academia; no quiero comprender un vínculo, necesito que la vida me rebase, al menos si pretende jugarme la pendejada de al final matar a quienes me puso a amar.

Estoy evidentemente, claramente enojado con tanta contradicción, con esta sala de espera en la que inevitablemente forjamos vínculos, a calor de fuego, a rojo vivo.

Mierda con la música, el sol, la tarde y su calor de invierno. Mierda con todo. Malditos sean todos esos buenos momentos en que juré no te iba a extrañar, en que jugué a comprender la naturalidad del ciclo. Estoy tan lleno de odio que creo que me voy a enfermar. Lo se. Necesito evacuar, necesito rendirte algún tipo de culto, necesito sentir que me entendés, Tequila, que me escuchás. Necesito llegar a casa y que vengas moviendo la cola. Por favor. Necesito que me digas que todo está bien, que estás bien."

Hoy hubieras cumplido 15 años, Tequila. Y como todos los 23 de enero, los 17 de setiembre, 28 de marzo o 6 de junio, me hubieras mirado, te me hubieras acercado y no me hubieras pedido absolutamente nada a cambio del amor que te desbordaba del corazón.

Yo te hubiera acariciado como todos los días, y mientras me mirabas con tu cara de perro bueno, te hubiera dicho: "¿Cómo estás Tequi? Bien, ¿verdad? Y claro, sos un perro, claro que estás bien. Feliz cumple Tequi".

Feliz cumple Tequi.

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