martes, 19 de febrero de 2008

Revisited

Los lunes ya no habrá más laboratorio.

Algunos tipos de sentencias son mucho más asesinas que la muerte misma, que su guarangada, su falta de pudor y su terca desnudez. Porque, a quién puede molestarle ser decapitado, por ejemplo, cuando una sencilla amputación de tus palabras es mucho más dolorosa; por perpetua, por eterna, profunda, estúpida, necia y burlona. Por quemar como quema el azufre de tu "no" en mis heridas abiertas.

Así, los lunes han perdido el poco sentido que el sólo hecho de no ser domingos les otorgaba. Ellos lo exhibían gloriosos, a su sentido, pero ya ni eso les queda; no les queda ni el laboratorio.

Las trampas al solitario operan como boomerangs, en el medio del festejo apasionado a uno lo desnucan. Las fotografías como lavajes repentinos de buen momento, eso que a uno lo pone a vibrar adentro de las venas, los generadores de los instantes en que de hecho sentimos la sangre calentarse, el aire que no alcanza, la espalda sudar, los pelos erizarse; el génesis de la angustia.

Sólo tu palabra correcta que todo lo cura puede acudir al rescate de la cordura media, mediana. Meridional. Con dos letras le das sentido al día. Como J. R., yo tampoco puedo superar tus ojos, los veo en todas partes.

Lo más difícil es no desesperarse; lo imposible, de hecho, es no desesperarse. Controlar la bestia desbocada, sino domarla, la que late en el pecho, que patea duro y certero, que se pierde y relincha temerosa pero valiente y desafiante en la urgencia de la química del cerebro. La impotencia de no saber si tu también estás pensando en mi. El teléfono que suena, el que no atiendes.

No lloro la muerte porque celebro la vida, la predominancia de los instantes, por instantáneos que quieran imponerse. No lloro la muerte porque nada ha muerto.

Es sólo que no escuché la voz de "alto". Estaba, obviamente, felizmente, distraído con tu boca.

¿Cómo lo haces tú? ¿Cómo haces para parecer un accidente que quiero cruzarme en cada esquina?

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